viernes, 21 de diciembre de 2012

Un cuento...


A lo largo de mi corta vida he recorrido miles de kilómetros, yendo de un lado a otro, escapando de la frialdad que de cuando en cuando me acecha. Quisiera quedarme y enfrentarme pero simplemente no puedo, tengo que huir, buscar un horizonte donde sí brille el sol.

En uno de mis tantos recorridos encontré algo que me hizo querer regresar cada vez que pudiera. En una tarde de otoño, cuando ya andaba sin rumbo me encontré con unos ojos, claros y brillantes que lo decían todo sin necesidad de palabras. No supe nada, simplemente me quede colgada a su mirada sin sentir que el tiempo pasaba o que el viento soplara. No importaba que esta fuera ser la primera y la última vez que lo viera, estar ahí pegada a la ventana, sintiendo como mi cuerpo se llenaba de esa luz que irradiaba de sus ojos ya tenía un precio invaluable.

De repente un golpe, un pequeño temblor, todo se nublo. Me sentí perdida, deje de sentir esa luz y me vi en el piso a punto de ser aplastada. No supe como, quizá mi instinto de supervivencia, me quite de ahí, en mi intento por escapar sentí que volaba más rápido de lo que podía imaginar y cuando me detuve a pensar me di cuenta que lo había perdido, así sin más.

De ahí en adelante todo fue un ir y regresar en busca de esos ojos, en busca de sentirme llena de esa luz una vez más pero desde entonces mi búsqueda ha sido en vano. Con el paso del tiempo no solo se ha ido su mirada, también se fue la mesa en la que estaba sentado, incluso se ha ido la ventana en donde me quede recargada. Solo conservo el recuerdo de lo que fue mi momento más romántico.

Ahora mi vuelo de invierno lleva una esperanza, a veces las fuerzas me fallan pero el anhelo de esa luz me hace volver a desplegar mis alas, seguir con el camino no solo para sobrevivir si no para descubrir que soy algo más que una mariposa monarca.




martes, 4 de diciembre de 2012

Huellas


La verdad aparece en esos momentos silenciosos en los que esta el cielo, el sol y el viento golpeando tu cara, aparece en esos momentos en los que levantas la mirada y cuando miras el cielo azul solo puedes ver reflejadas las huellas que se han quedado aún después de las ausencias.

Trata e encontrar la huella que descubrí que dejaste

El tiempo le gana a las relaciones, convierte a las personas en extraños, aleja sus caminos hasta separarlos. Y al final lo único que nos queda de las personas que alguna vez amamos son las huellas que dejaron en su paso por nuestra vida. Huellas imborrables que quizá algún día queden enterradas bajo otro montón de ellas pero que nunca desaparecerán.

Las huellas son esos recuerdos que se quedan con nosotros, esas sensaciones que aun puedes revivir cuando te pierdes en tus propios pensamientos y te das cuenta que siguen ahí, que el tiempo los ha debilitados pero no los ha borrado, que puedes recordar y volver a vivir. Sentirás que el tiempo ha pasado en vano porque esas sensaciones siguen clavadas en lo más profundo de ti, que si no se han ido es porque nunca más lo harán.

El tamaño de las huellas que nos dejan las personas que salen de nuestras vidas es medido  con los cambios que hacemos en nuestras vidas después de esa partida, con las lecciones que nos deja y el aprendizaje con el que nos quedamos para no cometer los mismos errores.

Una huellas siempre nos unirá a las personas que las dejan, de cierta forma nos acompañaran por el resto de nuestras vidas y estarán presentes en momentos cruciales tomando la forma de una lección bien aprendida o de una palabra reflejada en nuestro discurso. Esas personas estarán dentro de nuestros suspiros, de nuestras lágrimas, estarán en cada paso que demos en la dirección contraria.